A diferencia de la mayor parte de las ciudades mexicanas, cuyo trazado urbano tiene un diseño de retícula u ortogonal, el centro de la ciudad de Cancún tiene una forma peculiar como de “platos rotos”.
Cuando en los años 70, se fundó la ciudad de Cancún, esta era un lienzo en blanco. La ciudad fue diseñada pensando en ser una metrópolis poblada por los trabajadores de los centros turísticos de la zona hotelera.
Si se viera desde arriba, este aparenta la silueta de un montón de platos rotos, tomando cada plato como una supermanzana y cada trozo una manzana. Con ello, se pensaba que se crearían células independientes, en donde todos los comercios y servicios necesarios, quedaran ubicados en el parque central de cada supermanzana.
Uno de los innegables beneficios de los caminos con forma de herradura de la ciudad caribeña, con entradas y salidas que convergen en la misma avenida, es la escasa o nula posibilidad de perder el rumbo. Ya que cada calle desemboca nuevamente sobre una vía principal.
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Si el objetivo de este diseño era reducir al mínimo los desplazamientos hacia y a través de las avenidas principales, los comercios y proveedores de servicios comenzaron a ubicarse en puntos de mejor accesibilidad para llegar al mayor número de clientes posible provocando un problema aún mayor que la solución.
Este singular diseño impide además el uso de calles aledañas para evitar cierres viales suscitados por eventos cívicos, accidentes o alguna otra contingencia, ocasionando un tránsito lento y confuso.
Ante esta situación, cabe preguntarse si la ciudad tiene alguna alternativa viable para recuperar una lógica esperable. La opción de conservar las supermanzanas, creando salidas alternas que simplifiquen la movilidad parecería más sencilla que tratar de encajar un sistema de retícula redifiniendo los espacios peatonales.