El regreso a clases nos presenta una oportunidad para replantearnos la manera en la que enfrentaremos una nueva normalidad más allá de los cubrebocas y los guantes.
Desde el pasado mes de marzo nuestras rutinas cambiaron. Nuestra vida no es la misma. Tuvimos que modificar nuestros planteamientos para adaptarnos a una contingencia que nos ha llevado a un recogimiento en nuestros hogares. Hemos adaptado nuestras casas para volverlas oficina y escuela.
El 24 de agosto fue la fecha oficial para el regreso a clases primero a distancia para, según marquen los semáforos sanitarios, más adelante volver a una modalidad presencial. Sin embargo, más allá de las medidas de protección establecidas hasta ahora -cubrebocas, guantes, caretas- que marcarán un escenario al que nos tendremos que habituar, surge el dilema del riesgo de contagio en espacios cerrados. Varios estudios demuestran el peligro de los espacios cerrados y poco ventilaos.
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En las epidemias de tuberculosis de principios del siglo XX se apostó por las clases al aire libre como método para frenar el contagio. Un método que funcionó y que es toda una inspiración para repensar la arquitectura de las escuelas de hoy. Incluso UNICEF ha recomendado mover las aulas a espacios provisionales al aire librea, demás de escalonar el comienzo y el cierre de la jornada escolar, escalonar las horas de comer y crear turnos para reducir el número de alumnos por clase.
Escuelas de barrio cercanas a nuestras casas, utilizando nuevos espacios como parques o plazas o incluso módulos prefabricados que sirvan como aulas pueden generar esta contención ofreciendo espacios abiertos, bien ventilados y con ventajas como la reducción de la movilidad.
Pensemos en nuevas opciones, reinterpretemos la escuela al aire libre del pasado.